¡Bienvenido al Rincón del Fulbo!
Amigos, tirense un pique hasta el sillón que les voy a contar lo que fue el partidazo en la Primera Nacional entre All Boys y Ferro Carril Oeste. La cita futbolística nos dejó más emociones que recital de Charly García en sus buenos tiempos.
El escenario no podía ser otro que el Estadio Islas Malvinas, ese templo donde los sueños y las ilusiones se cruzan como dos canciones de Sui Generis en una noche bajo las estrellas de Capital Federal.
Desde el silbatazo inicial del árbitro P. Giménez (que por cierto, llevaba la batuta con más nerviosismo que Fito Páez en su primer Luna Park), sabíamos que iba a ser un encuentro para alquilar balcones. Aunque claro, terminamos viendo más tarjetas amarillas que fans de Spinetta en primera fila – sí señorita y señores, hubo cinco solo porque sí.
Pero hablemos del fútbol porque después me dicen que me pierdo como Calamaro buscando la rima perfecta. El primer tiempo fue tan parejo como duelo entre Rodrigo Bueno y Gilda: nadie quería dar su brazo a torcer. Nos fuimos al descanso con un clásico 0-0.
La segunda mitad empezó picante; T. Calone de All Boys sacó chapa pero también vio amarilla temprano. Y no mucho después L. Romero dijo ‘yo también quiero’ desde Ferro – parece ser contagioso eso de coleccionar tarjetitas este día.
Ahora bien amigos míos ¿el gol? Un momento digno para dejar caer alguna lágrima cual fanático religioso cuando ve aparecer al Papa Francisco sorpresivamente —al minuto 67 F.García rompe redes tras asistencia milimetrada tipo Palito Ortega dando toques finales a una melodía; es decir obra maestra pura cortesía de P.Palacio (un verdadero santo haciendo milagros).
All Boys intentaron responder cambiando piezas casi tanto como Cerati tocando acordes: hicieron cuatro cambios tratando buscar esa chispa divina pero nada cambió…
En resumen mis queridos lectores: Ferro se llevó los tres puntos gracias a su santidad García mientras nosotros seguimos preguntándonos si algún día veremos algo tan épico como Los Redonditos tocando justo frente nuestras narices sin tener qué mirar hacia atrás pensado ‘qué podría haber sido’.
Y así cerramos otra página gloriosa (y otros dirán triste) del libro infinitamente apasionante llamado fútbol argentino… Hasta la próxima muchachada!