¡Y en el Estadio Único Madre de Ciudades, River Plate hizo que Ciudad de Bolívar bailara un tango bien triste!
¡Buenas noches a todos los futboleros! Hoy les traigo una reseña del partido entre River y Ciudad de Bolívar, directo desde Santiago del Estero, donde la temperatura estuvo más caliente que recital de La Renga en pleno verano. Y hablando de calores, ¡River puso a hervir a su rival sin mucha ceremonia!
La cosa empezó con todo apenas pisamos los 4 minutos; L. González se mandó un golazo que dejó al arquero más perdido que turista sin Google Maps. Parece que quería arrancar fuerte para dejar las cosas claritas desde el vamos.
A los 19’, ya hubo movida en la banca: Kranevitter salió por Simón en lo que parecía estrategia pura del DT—capaz pensando más en cuidar piernas para bailes futuros…
Para cuando llegamos al minuto 35′, F. Mastantuono le dijo “acá estoy yo” y clavó otro gol para poner el 2-0. Ahí nomás, muchos comenzaron a rezarle a San Expedito esperando un milagro divino o algo similar porque sino esto era goleada segura.
El segundo tiempo fue básicamente una procesión —sí como esas pero sin velas ni santo—con intentos desesperados por parte de Ciudad de Bolívar hacendado cambios aquí y allá (Caraballo por Maciel fue uno). A pesar del santoral completo activado desde el banco visitante con cinco cambios nada menos (habrá querido imitar algún corso barrial cambiándolos así como quien cambia disfraces), no lograron convertir ni siquiera una misericordiosa jugadita decente.
Mientras tanto, muy astutos ellos, también River metió toda su caballería fresca sobre el final buscando mantener vivo ese ritmo endiablado… Pareció casi como decirles “mirá cómo te bailo” manteniendo siempre esa ventaja cómoda hasta cerrarlo tranquilamente bajo las luces santigueñas.
Así terminaron esos intensos 90 + chapuzón extra gracias al adicional; celebración merecida para unos y carucha larga pa’ volver casa para otros… Pero bueno che’, eso es fútbol: hoy sos Charly García rockeando Vélez y mañana podés ser simplemente alguien tratando sus acordes primera vez frente público exigente…
No olvidemos darle una palmadita al árbitro S. Martínez —intentó mantenerlo todo coherente aunque algunas decisiones seguro dieron qué hablar post match entre mates o birras dependiendo gustos personales…
En fin ¿Qué les puedo decir? Una noche pasional argentina donde ‘el Más Grande’ mostraba quién manda mientras nos llevábamos alguna enseñanza tipo folklore cortesía Pappo’s Blues: No se puede vivir sin amor… especialmente si amás este hermosísimo deporte llamado fútbol.